La comedia romántica es un género muy influido por el mundo cinematográfico pero, sin embargo, puede tener muy buenos resultados si se sabe jugar bien con sus mecanismos. No es el caso, desgraciadamente, de Prefiero que seamos amigos que nace de un punto de partida tópico (pero funcional) para, después, no saber qué hacer con él. La idea de una mujer enamorada de su mejor amigo está muy gastada a pesar de que puede ser efectiva si se usa para generar gags originales, frescos o con personalidad propia. Por desgracia, el texto del francés Laurent Ruquier lleva la historia hacia un lugar extraño y totalmente irrelevante para el conflicto central para, finalmente, resolverlo todo de forma apresurada y gratuita. Quizás por este motivo, la directora Tamzin Townsend exagera las situaciones para crear comicidades un poco forzadas. Y es que Lolita es muy buena actriz, como ha demostrado otras veces, pero no es Lina Morgan… y, aunque lo fuera, tampoco el público actual reacciona igual a los recursos humorísticos de hace unas décadas. Lo único realmente reseñable de todo es la química de sus intérpretes. Ver cómo los dos disfrutan de la función y se divierten se contagia, en parte, al espectador y, gracias a esto, resiste algo mejor un conjunto fallido, desaprovechado y excesivamente largo.
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