Desde el estilo naturalista de Chéjov en el siglo XIX, el teatro ha recibido algunos fuertes revulsivos como, por ejemplo, el teatro del absurdo o la épica de Bertolt Brecht, que cambiaron radicalmente la perspectiva que se tenía hasta entonces y que nunca volvió a ser la misma. Esta versión de Platonov, dirigida por el flamenco Luk Perceval, representa, en gran parte, la deriva que, poco a poco, ha ido tomando una corriente de la narrativa escénica contemporánea que, influenciada por los movimientos mencionados, incorpora a la representación este sentimiento trágico inherente a la existencia. Este tema, muy presente en el texto, es desnudado de forma radical en esta propuesta, concentrándose en su esencia de oscuridad, desolación y malestar para exponerla al público sin muchos movimientos y con una intensidad angustiosa. Su estaticismo resulta muy sugerente pero, al mismo tiempo, impide al espectador entrar fácilmente dentro del montaje y, por lo tanto, acabará por rendirse a una especie de estado hipnótico, o bien necesitará desconectar o recrearse en los detalles como haríamos con una pieza de museo. Sin embargo, hay que reseñar que el trabajo del grupo de actores es a alucinante. Su energía contenida, como una fuerza inconsciente y malsana que hay que esconder, palpita en cada uno de sus pequeños gestos, sus miradas, la postura de sus cuerpos y las acciones coreografiadas. Es por este motivo que los momentos musicales, donde se libera todo este desconsuelo, resultan lo mejor de la obra y, de largo, las partes más conmovedoras.
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