Se dice que Pere Faura ha anunciado su retirada del mundo de la danza, y que Réquiem nocturno es su testamento artístico. No nos lo acabamos de creer mucho, atendiendo sobre todo al humor y a la ironía del coreógrafo, pero en todo caso está claro que el espectáculo se presenta como un réquiem por la profesión de bailarín, tan precaria como anónima. Para llevarlo a cabo, Faura recurre a Bob Fosse y a su imaginario sobre la muerte (All That Jazz), el cabaré y el espectáculo en general. Fosse es sinónimo de esfuerzo y de impronta propia, además de ser una sombra alargada y muy influyente para generaciones posteriores.
Toda la primera parte de Réquiem nocturno está dedicada a los castings y a la selección del reparto definitivo. Gracias a un juego metateatral que nos muestra las pruebas reales vamos conociendo la personalidad y la procedencia de los bailarines, que en muchos casos ni siquiera llegan a serlo… Descubrimos también caras conocidas (Toni Viñals, Guillermo Weickert) y alguna que otra joven promesa. Todos aportan la frescura y el empuje necesarios para acercarnos, poco a poco, al universo de Fosse y a la parte más oscura del espectáculo, la que nos habla de la muerte… tanto física como intelectual. Y aquí es donde surgen las reflexiones, los discursos (magníficos los de Montse Colomer y Pere Arquillué) y las partes más irónicas, como cuando se doblan fragmentos de All That Jazz con citas sobre el Grec y la pandemia de coronavirus.
Por lo tanto, tenemos humor, tenemos reflexión… e incluso danza, creación musical, teatro, etc. En definitiva, tenemos la excelencia de un espectáculo que emociona a ratos, que a menudo entretiene y que en más de una ocasión nos muestra su espíritu crítico y/o gamberro.