Dos piezas controvertidas, no tanto por la trama de cada texto, sino por el trasfondo de crítica implícita que comportan a la sociedad de la época a la cual se refiere Václav Havel y que, en cierta manera, se pueden extrapolar perfectamente a día de hoy, desgraciadamente.
Por un lado, tenemos Audiència que explica como un autor teatral ha acabado trabajando en una fábrica de cerveza porqué el régimen que gobierna su país/ciudad lo encuentra molesto o inapropiado. Vanek es este autor y el único que le ha permitido obtener un trabajo y sobrevivir es un cervecero. Un hombre que, al mismo tiempo, vive en la decadencia y que, entre tanta miseria, solo intenta extraer alguna cosa de su trabajador para poder sobreponerse a aquellos que le dicen que lo tendría que echar.
Por otro lado, está Vernissatge que, a través de la visita de un joven (Vanek) al piso acabo de decorar de unos amigos (Vera y Michal) nos muestra como hay una parte de la sociedad que mediante cosas superfluas –como un gran trabajo o la redecoración de su casa- intentan tirar hacia delante una vida insulsa sin ningún aliciente. La pareja expone en todo momento a su amigo cuántas cosas buenas tienen en su vida, todas materiales, contraponiendo su experiencia con la de él. Criticándolo en cada vez que pueden.
La verdad es que las dos obras, con un hilo conductor común, se alargan excesivamente a ojos del espectador. Audiència es, quizá, la más interesante, con una complejidad que engancha al público, pero que peca de reiteración masiva. El personaje de Vanek está muy bien interpretado por Joan Carreras, que ya nos tiene acostumbrados a una actuación impecable. Con su estoicismo, se gana al espectador haciéndole tomar partido en su tristeza. Una actitud que continua en la segunda parte de la obra, Vernissatge, y con la cual nos acaba de enganchar. Josep Julien (cervecero/Michal) lleva a su personaje al límite, cargando al público hasta traspasar la paciencia en muchas ocasiones. Un poco más de contención haría al personaje del cervecero más amable para el espectador. De la misma manera, Rosa Gàmiz y su personaje también se hace cargante, hasta el punto de crear cierto rechazo, sobre todo al final de la obra. Esta manera de sobrepasar el límite en la interpretación, esta excesiva efusividad, hace que los textos, a veces difíciles de digerir, saturen a quien intenta descubrir hacia dónde va todo.
Si una cosa se tiene que destacar, por eso, es la puesta en escena. La agilidad con que la fábrica se transforma en el comedor de un piso – y la transición que se hace a través de los personajes- es lo mejor de la obra. Cada elemento contiene un significado y participa de las escenas, creando un ambiente perfecto para las dos historias.
Aun así, es interesante descubrir los dos textos y la manera como Havel descuartizaba a su sociedad ante el público. Más importante es aún, saber que colocados en nuestra época todo lo que se explica tiene una relevancia absoluta.