Que aparezcan musicales en la cartelera siempre es una buena noticia para los amantes del género, pero el hecho de que nos brinden la oportunidad de descubrir obras que, hasta ahora, eran desconocidas para el gran público de nuestra ciudad es del todo admirable en los tiempos difíciles que corren. Así pues, de entrada, hay que aplaudir a esta compañía por su tenacidad a la hora llevar a escena este gran musical, pero también hay que agradecer al Teatro Gaudí por apostar por este tipo de proyectos. Además, se les debe felicitar por el resultado, el cual es del todo satisfactorio, mereciendo que el espectáculo tenga vida más allá del verano y que, de esta forma, pueda descubrirlo aún más gente. De hecho, sería muy positivo para los espectadores que otros teatros se arriesgaran a programar musicales nuevos de esta envergadura, aunque hay que reconocer el alto riesgo que esto supone.
Decir que a pesar que el espacio escénico del Teatro Gaudí no es del todo pequeño, no era una tarea fácil situar en escena 20 actores y 5 músicos. En este sentido, se ha sabido jugar con una escenografía funcional y con una dirección excelente que brinda al espectador una forma diferente de disfrutar un musical. De hecho, las condiciones que reúne la sala hacen que nos adentremos dentro de la función, una circunstancia que no suele suceder en obras que cuentan con tantos intérpretes en escena. Por otra parte, cabe destacar el buen trabajo de los actores y las buenas voces que nos ofrecen, destacando la de Marc Flynn, pero sin desmerecer la del resto de sus compañeros.
Nos encontramos ante un gran musical que trata temas como la represión, el amor y el miedo a través de excelentes temas musicales y de una historia que te va atrapando sin que te des cuenta, haciendo que las 2h 40m pasen realmente rápidas mientras vivimos una montaña rusa de emociones.