Lluís Soler se ha convertido en uno de los grandes actores de la escena catalana tras una dilatada y exitosa trayectoria en los escenarios, pero en esta ocasión ha optado por tomar el timón del barco y debuta en la dirección teatral. Para ello, ha escogido un texto que habla de dualidades enfrentadas a través de una pareja de amantes en la que uno de ellos es infiel. A pesar de ser una temática golosa y plantearnos un debate muy interesante, la obra presenta un discurso bastante redundante a medida que avanza, lo que provoca que el espectador pueda ir perdiendo el interés en la pieza, ya que la relación que se va tejiendo entre los personajes tampoco resulta suficientemente atractiva. Por el contrario, Soler opta por unas transiciones de escena dinámicas, las cuales resultan acertadas inicialmente, pero que van perdiendo fuerza a medida que avanza la obra, resultando incluso mareantes los constantes movimientos de escenografía y cambios de escena. Por su parte, Casanovas y Pons defienden bien sus personajes y la mano experta de Soler juega a favor de ellos, resultando la parte más atractiva de la representación.
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