El decorado del interior de una casa con muchas puertas, un teléfono sonando y la entrada triunfal de Lloll Bertran en escena. Así entramos en el mundo de locura de «Pel davant i pel darrera».
Una compañía de teatro amateur se encuentra de lleno metida en el último ensayo antes del estreno de su obra, con la que irán de gira por toda España. Pero aunque están con el agua al cuello, trabajando a contrarreloj, las cosas no dejan de salir mal. Durante todo el primer acto nos presentan las dos caras de la misma moneda, los personajes del vodevil cutre y los actores que los interpretan, este juego de teatro dentro del teatro que tanto nos gusta. Entendemos cómo funcionan sus relaciones y vemos las dos capas de profundidad en las que nos sitúan. Es divertido ver las situaciones. Y no es nada más que el comienzo. En la magistral dramaturgia de Michael Frayn encajan todas las piezas del rompecabezas, todos los personajes y el hecho de que el segundo acto nos sitúa detrás del escenario, viendo la primera función de los protagonistas desde su punto de vista. Y empezamos a comprender el funcionamiento de este gran mecanismo teatral.
Pero la cosa no termina ahí. Porque volvemos a ver la obra, esta vez ya no un ensayo si no unos 4 meses después del estreno, por delante. Y aquí la cosa se dispara. El frenetismo continúa pero a otro nivel, y toda la información que nos han estado dando antes nos da de lleno en la cara para hacernos reír. El malo rollo entre los actores, las envidias, los celos, todas las pasiones de las que nos han hablado.
Y qué decir de todos los actores y actrices. Todos están excepcionales y brillan por su control del tempo y su gran comicidad, brindándonos momentos desternillantes. No podré olvidar ni las sardinas, ni el Chupi, ni la risa de Mireia Portas ni mil detalles más. Increíble trabajo.