Las dos primeras escenas de este espectáculo demuestran que Carlos Santos, con 75 años de edad a las espaldas, es y será un provocador de primera línea. A nadie más se le podría ocurrir esta boutade, donde se ríe de él mismo, de su obra e incluso del público. Pero no hay en todo el espectáculo ningún argumento, ninguna sentencia ni ningún mensaje aleccionador, sino una interrogación constante sobre el proceso de creación y sobre las formas de trabajar que lo han mantenido en activo durante tantos años. Por eso encontramos el trabajo con objetos cotidianos (las aspiradoras), con elementos fetichistas multiplicados (los zapatos de tacón rojos) o bien con composiciones de los setenta, recicladas ahora en forma de grabaciones. Santos ya no es aquí el músico virtuoso ni el compositor de renombre, sino un espectador de su obra que incluso acabará comiéndose, literalmente, sus propias partituras. De todos modos, no hace el viaje solo… La actriz Mònica López, la bailarina Dory Sánchez y la percusionista Núria Andorrà lo acompañan de forma impoluta en la aventura, convirtiéndose en cómplices y simbolizando el papel de la mujer dentro de su obra. Un autohomenatge visceral y nada amable que ningún admirador de Santos se tendría que perder.
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