Un viaje te devuelve a casa después de muchos años para celebrar un aniversario y dar buenas noticias a la familia, pero la vida, ya se sabe, “pasa mientras haces otros planes”.
Aran vuelve a Barcelona desde Chicago para celebrar los 25 años del local de karaoke que tienen sus padres. Una buena excusa para volver a verlos después de años viviendo fuera y también para explicarles que se casará con su pareja. Cuando llega al local se encuentra una gran fiesta donde todo el mundo está disfrutando mucho y está cantando como si no hubiera un mañana. Él intenta hablar con sus padres para darles la noticia, pero un accidente fortuito hará que no se lo pueda explicar. Y empiezan a pasar cosas inesperadas narradas a golpe de canciones y bailes envueltos de comicidad y diversión. El protagonista inicia un viaje que lo llevará a conocer más cosas de sus padres al mismo tiempo que se autodescubre.
Con banda en directo, las canciones tienen el espíritu inconfundible de los Amics de les Arts, autores de toda la música, y por eso las canciones respiran cotidianidad, hablan de manera directa y sin tapujos. Aunque las canciones acompañan musicalmente muy bien a la trama, no destaca especialmente ningún tema que sea memorable, aunque alguna melodía queda como eco desde su aparición hasta el final de la obra. No ayuda mucho el hecho que la historia esté un poco inconexa, no se entienden a veces algunas de las relaciones o los protagonismos de algunos de los personajes, aunque con el final se aclaran algunas dudas de la motivación de todo. La narración no acaba de estar bien cuajada para redondear una trama con potencial desde el primer minuto.
Referente a las interpretaciones, Júlia Bonjoch destaca por encima del resto, aunque tiene una presencia más bien corta y emplazada hacia la mitad final de la obra. Su voz captura al público ya con la primera canción que canta y hace suyo el personaje, la Laia, un soplo de aire fresco que reactiva la narrativa en un momento que la espectadora está perdiendo parte del interés. Enric Cambray es Aran y su interpretación tiene altos y bajos durante la representación, son los momentos en qué está hablando con el público -a quien explica la historia- cuando está demasiado intenso y un poco sobrepasado. Cuando su personaje se encuentra con Laia, los dos intérpretes se acomodan y aportan lo mejor de todo el espectáculo.
Con una escenografía física mínima, pero eficaz, la gran apuesta por el material audiovisual es uno de los aciertos de esta producción. Trabajado conscientemente y de acuerdo con la historia que se explica, hay momentos especiales enmarcados en vídeos precisos y que dan lo que necesita a la narración. Dos ejemplos claros son el repaso por la infancia de Aran o Laia. De los momentos más íntimos y que conectan más con la espectadora.
Una producción que da alas a nuevas historias y nuevos formatos, que ayuda a abrir más el espacio del musical en catalán entre el público y que hará las delicias de todos aquellos que quieran pasar un buen rato descubriendo a Aran y a sus padres.