Dicen que Shakespeare lo aguanta todo, y yo ya me lo empiezo a creer. Nunca habría imaginado que reiría de lo lindo con un Otelo, pero tengo que reconocer que Gabriel Chamé y sus cuatro magníficos actores/clowns lo han conseguido. Con un planteamiento basado en el teatro físico y gestual, los actores transitan por toda la obra del dramaturgo inglés con la irreverencia y el desparpajo necesarios para conseguir sus propósitos. Lo hacen, además, utilizando elementos muy básicos y sencillos (telas, cajas, lonas, etc.) que en algún momento nos remiten al teatro infantil o de calle. O sea, nos acercan a un teatro juguetón que no quiere perder su esencia.
La única pega que se le puede poner es que hacia el final, justo cuando la tragedia empieza a aparecer, el texto acaba comiéndose la propuesta. En aquel preciso momento ya se ha llegado a la hora y media de función y los recursos cómicos se han ido agotando por si mismos. Tampoco queda claro el camino escogido, puesto que Chamé parece ponerse lírico y un poco serio. Pero, sea como fuere, esta propuesta nos demuestra que es muy importante jugar con cualquier texto, por más sacralizado que esté. Si el juego es de verdad y va hasta las últimas consecuencias, el público se rendirá a la propuesta… y esto es precisamente lo que ocurre con este peculiar Othelo argentino.