Esta segunda función de La Orestíada que nos ha traído el Teatro Stabile de Napoli contiene dos obras muy diferenciadas: Coéforas, donde asistimos a la venganza de Orestes, y Euménides, donde el héroe de Esquilo es llevado a juicio ante un tribunal divino que conforman Atenea, Apolo y las Furias. De la primera parte hemos visto representadas algunas escenas, que a veces se juntan a Agamenón -la primera y más conocida de las obras-, pero la segunda es una pieza casi irrepresentable y poco terrenal que siempre acaba cayendo de las representaciones abreviadas de la trilogía. Viéndola se entiende el porque, puesto que se trata de un texto largo y discursivo donde pasan muy pocas cosas y en el que los Dioses disertan sobre temas divinos y humanos. Requería osadía y valor, y creo que el director napolitano Luca de Fusco ha conseguido volcar todo su imaginario para convencer a los espectadores con una propuesta llena de de imaginación.
Toda esta segunda función de La Orestíada es estéticamente muy atractiva, en contraste con la oscuridad que pudimos ver en Agamenón. Este montaje es rico en imágenes y también en la parte musical, que acaba siendo muy importante en un buen número de escenas. Además, volvemos a encontrar las danzas de la compañía Körper y un reparto que se ajusta como un guante a la propuesta. En este sentido, destaca Giacinto Palmarini como Orestes, pero también un buen número de actrices que demuestran escuela y sobrada experiencia: Gaia Aprea, Mascia Musy, Angela Pagano, Federica Sandrini y Ana Teresa Rossini, entre otras. Sus recitativos son un auténtico festín en esta Orestea napolitana que entra por los ojos y también por el oído.