La muerte como lazo o fractura de la unidad familiar

Només la fi del món

Només la fi del món
01/03/2020

Jean-Luc Lagarce lo hizo todo pronto. No podría decir que a destiempo pero sí fuera de tiempo. Escribió su primera obra a los 17 años, lo diagnosticaron de una enfermedad, en aquel momento maldita, a los 33 y se murió al año siguiente. Escribe “Juste la fin du monde” sabiendo que lleva la muerte encima. Es una obra sobre la muerte, pero también sobre la familia, los roles que juegan cada uno de sus miembros y las dificultades para situarse en algún lugar de este núcleo indestructible por más esfuerzos que haga para salir de él. La situación de cada uno de los miembros es tan rígida que se puede descompensar en algún momento y la recolocación posterior no es fácil.

La familia y su patología interna es un tema recurrente en el teatro por su cotidianeidad y nos atrapa por el reconocimiento de situaciones propias o cercanas: la familia como estructura rígida que no admite las diferencias individuales, la familia como elemento integrador/protector y a la vez represor/constrictor que crea unos lazos que no se pueden deshacer ni huyendo ni renunciando a la propia identidad.

Es un relato autobiográfico y al mismo tiempo un dibujo de la sociedad rural francesa de los años 80-90 del siglo pasado marcado por cambios sociales, económicos y culturales. La amenaza de una enfermedad estigmatizada que llevaba inexorablemente a la muerte dificultó la aceptación natural de la homosexualidad como opción identitaria en aquel momento y que no ha sido reconocida hasta más tarde y no de forma universal.

Me había leído la obra antes de ir al teatro. El lenguaje es complejo, es un lenguaje que no se entiende a través de las palabras. Cuando hay diálogo, éste es confuso, repetitivo, tartamudeante. Los personajes parece que no estén acostumbrados a hablar, dudan y no escuchan. Establecen distancias. La incomunicación es evidente. Los monólogos son la expresión de los sentimientos más profundos y es aquí donde se halla aquello que Lagarce nos quiere transmitir. El lenguaje preverbal debería ser potente por las dificultades de expresión oral que tienen todos los personajes. La representación teatral debería introducir un lenguaje corporal y unos cambios en las tonalidades vocales que lo hicieran comprensible. Pero Lagarce no lo permite. En este caso la fidelidad al texto crea hieratismo y frialdad lo cual ha desencadenado críticas muy diversas. El autor no busca la emoción del espectador ni su complicidad. Tampoco busca la redención ni el perdón. Es implacable. A pesar de ello, Broggi rompe, mediante algún detalle, el hieratismo y la dureza de un texto que sería insoportable per su fría aceptación de unas relaciones rotas y un destino inevitable.

La escenografia broggiana continúa sorprendiéndonos por su sencillez y austeridad. Cuatro elementos simbólicos traen el pasado al presente (una alfombra, una cómoda destartalada y una silla)  y traslada el lenguaje al pensamiento (una cortina separa la situación presente de las reflexiones del protagonista).

Los cinco actores/actrices no nos han sorprendido, todos con un alto nivel interpretativo, cada uno bordando su papel. Muntsa Alcañiz, Clàudia Benito, Màrcia Cisteró , Sergi Torrecilla y David Vert demuestran, una vez más, su gran profesionalidad.

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