Detrás del espejo

My baby is a queen

My baby is a queen
19/12/2017

No somos de llegar tarde, pero cuando vas con niños todo se vuelve imprevisible y lo que era una tarde tranquila se convirtió en una tarde de prisas después de que mi hija de dos años se pillara la mano con una puerta.

Dicho esto, la primera impresión cuando entramos cuando ya pasaban 5 minutos del espectáculo fue espectacular. Después de habernos descalzado, tras la cortina negra se abrió un mundo de luces y música en directo que te transportaba a un ambiente onírico y misterioso. El escenario era un rectángulo en el suelo donde, a los pies de los bailarines y los músicos se proyectaban figuras geométricas cambiantes. Alrededor de este rectángulo estaba el público, los más pequeños en el suelo y los mayores sentados en cajas de cartón. La música y la danza se complementaban de manera que no se podía concebir la una sin la otra e incluso los silencios encontraban su lugar en el movimiento. Los músicos, una guitarra, un violín y un saxo formaban un conjunto y a la vez elementos dinámicos que se complementaban tanto entre ellos como con los bailarines o los espectadores.

En una esquina, un rincón de espejos, de ventanas al mundo o en las propias miradas. Espejos que a la vez se abrían para sacar elementos que se añadían a la escena.

Lo primero que llamaba la atención era una mano de maniquí con la que bailaba uno de los bailarines y que, poco después, se convertía en el juguete de todos.

Una corona plateada tenía la potestad de detener el movimiento de todo lo que había en el escenario, salvo la persona que la llevaba puesta.

Más tarde, una caja grande de música se abría para sacar papeles y más papeles, el aire que salía ofrecía a la escena una ligereza y una magia para los más pequeños y mayores. Y finalmente, coronas de cartón plateadas, como las del roscón de Reyes, junto con huevos de música que los bailarines dejaban al alcance de los más pequeños. Esto fue el preludio de un intercambio musical, un grito a la participación espontánea primero y guiada después. Marcada por ruido suave de los huevos y seguida por los ritmos que marcaba uno de los bailarines y que los otros bailarines y espectadores seguían con las cajas de cartón donde estaban sentados. Una gran comunión entre todos que marcaba el final de la pieza.

Es un espectáculo muy recomendable, no sólo para pequeños, sino también para mayores. Los pequeños pueden admirar las luces, los movimientos, la música. Sorprenderse con el bicromatismo de colores y las melodías disonantes y estridentes en ciertos momentos. Todo lo contrario de lo que están acostumbrados nuestros reyes y reinas de casa, en la que siempre hay mil colores y melodías dulces.

La pieza está llena de pequeños detalles y momentos que te gustaría volver a ver. La duración es correcta y no se hace pesada para los niños, al contrario, está llena de estímulos que los hacen moverse fuera y dentro del mismo rectángulo del escenario.

Es muy atractiva visualmente, hay interacción con el público y también elementos que los niños se pueden poner y tocar. Una mezcla que hace de My baby is a queen una opción muy adecuada para la edad a la que va dirigida así como para sus acompañantes.

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