La compañía Kadish y el grupo Kolmanskop Project se unen por segunda vez para explicarnos una historia fascinante, la de un niño que fue el conejillo de Indias del proyecto Morpheo. Este experimento, supuestamente utilizado durante la guerra fría, servía para manipular los sueños a partir de fármacos e imágenes. Tiempo más tarde se convirtió en una herramienta publicitaria muy eficiente, sobre todo en una época en que el adoctrinamiento subliminal estaba a la orden del día. Estamos, por lo tanto, ante un argumento poliédrico y un poco complicado de subir a escena, a pesar de que su carga crítica es muy amplia y muy clara. Un argumento prometedor que se presenta confuso y que no acaba de cuajar, sobre todo cuando se mezclan elementos del imaginario del protagonista: James Bond, el espionaje más cinematográfico y toda la iconografía que lo rodea.
El principal problema de Morpheo 115 es que no acaba de elegir un camino ni tampoco una forma concreta. Prueba varios juegos escénicos -algunos de interesantes- pero finalmente se pierde en una historia que no queda bien explicada. Aún así tenemos que destacar que, con muy pocos elementos, se crean imágenes y escenografías muy interesantes, sobre todo con todo lo que tiene que ver con la sofisticación y el misterio de Bond y compañía. Una propuesta quizás fallida, pero que con un par de vueltas más podría llegar a ser un espectáculo mucho más claro en su propósito.