No resulta demasiado habitual ver obras de teatro, quizás por tradición o por esnobismo, que sean una abierta declaración de amor al cine. A pesar de esto, podemos decir que las películas de Hitchcock y su figura como director, de hecho, han trascendido, con el tiempo, más allá de la pantalla para convertirse en todo un icono cultural conocido por todo el mundo. Así es como Mònica Pérez y Jordi Rios plantean su particular tributo al maestro del suspense, usando un inmenso conjunto de referencias para mezclarlas con su peculiar sentido del humor. Ciertamente, el espectáculo es divertido pero, sobre todo, original, ya que nos muestra todo el proceso que supone rodar un corto: desde la idea inicial, los ensayos y el rodaje hasta el resultado final. Su problema es que hace una apuesta casi total por una comedia de juegos de palabras, desaprovechando las posibilidades de un universo muy rico del cual sólo toman la estética y la capa más superficial. En realidad, hacer una comedia de humor blanco a partir de la negra ironía de Hitchcock es, de entrada, una curiosa contradicción. No obstante, es una decisión honesta que los intérpretes defienden con coherencia hasta el final y que, dentro de su idiosincrasia, funciona muy bien. Podríamos decir que, en cierto modo, han hecho de Hitchcock su propio McGuffin.
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