Actualizar un clásico, y más si se trata de un clásico de aire naturalista y muy ligado a una época, la tarea no es nunca sencilla. Pero salvo algunos escollos, la versión o adaptación de Carlota Subirós no es precisamente el problema de este montaje. Bien es verdad que la adaptación hace creíbles la pobreza de los personajes o su precario entorno laboral -desgraciadamente, son aspectos con los que no hemos dejado de convivir-, e incluso consigue que la lavadora u otros aparatos anacrónicos no supongan ningún estorbo al conjunto. Quizás no hacían falta, pero actúan como símbolos atemporales y en una obra como la de Guimerà, llena de simbología, digamos que no están de más.
Lo que falla en el conjunto de esta Maria Rosa es la sensación de que estamos ante un mecanismo que no fluye con naturalidad. Pasamos de las escenas de grupo -muy logradas, a pesar de que a veces impera un cierto desbarajuste un poco molesto- a las escenas más íntimas sin una continuidad que resulte creíble. Los actores protagonistas (Mar de Hoyo y Borja Espinosa) aportan toda la carga emocional de la que son capaces pero en ocasiones sale desbordada y sin demasiado filtro, en el caso de ella, y a veces con un dramatismo forzado, en el caso de él. Otra cosa son los veteranos que los secundan, con unas excelentes interpretaciones de Lluïsa Castell, Manel Sans y Francesc Lucchetti.