Jordi Casanovas tiene obras de varios tipos, pero me gustan particularmente aquellas en las que juega con los personajes y también con los espectadores. Obras astutas e inteligentes que, como esta Mala broma, nos hacen reír y a la vez nos dejan un regusto amargo en el paladar. De hecho, la obra que nos ocupa es una lúcida reflexión sobre el uso del humor, pero también sobre la autocensura, la corrección política o la libertad de expresión. Una obra disfrazada de comedia que utiliza, a la vez, el humor de situación, el humor negro y finalmente el humor salvaje, casi de grand guignol. Y todo ello unido por una estructura teatral casi perfecta que nos pone enseguida en situación y que se va abriendo despacio como una de aquellas muñecas rusas que siempre esconden alguna sorpresa más en su interior. Es cierto que en ocasiones la obra parece escaparse sola hacia terrenos desconocidos, hasta llegar a un final que descoloca, pero de todos modos el mensaje de Casanovas no se pierde y la obra funciona como entretenimiento y también como estudiada reflexión.
La dirección de Marc Angelet es ágil y está en todo momento al servicio de los cambios de ritmo que impone la comedia. Las interpretaciones también cumplen su objetivo, y a pesar de que en algún momento puntual se puede perder la naturalidad podemos afirmar que tanto Anna Sahun cómo Ernest Villegas y Òscar Muñoz saben medir muy bien sus esfuerzos en todos los giros y en todas las sorpresas de esta obra aparentemente ligera, pero en el fondo osada y necesariamente incómoda.