Marc Martínez ha querido hacerse un pequeño homenaje, a pesar de que también se trata de un homenaje al Raval de los años setenta, a la gente que lo rodearon e influenciaron cuando era un chaval y a toda la generación del baby boom, que se ve reflejada en muchos momentos del espectáculo. Planteado como un concierto que nunca acaba de producirse, Humor i hòsties evoluciona a trompicones y con unas cuántas canciones que ilustran situaciones o estados de ánimo. A pesar de una cierta repetición de ideas y una estructura narrativa que se encalla de vez en cuando, el monólogo es divertido y tiene momentos realmente ingeniosos. Funciona sobre todo cuando utiliza la nostalgia y guiña el ojo a un espectador que sabe muy bien de que le están hablando, aunque pasara la infancia en otros barrios de la ciudad o incluso en el extrarradio de Barcelona. El actor, además, se muestra más carismático que nunca y provoca simpatía desde los primeros minutos, ya sea hablando de su familia (menos extravagante de lo que seguramente él plantea), de sus primeros encuentros sexuales, de su relación con la música o de sus conflictos con chicos de la escuela, o del barrio. Pero sobre todo habla de los miedos, un leit-motiv que utiliza durante todo el montaje y que le sirve para hablar de las hostias del título. Y es que, según él, es a base de hostias que ha llegado dónde ha llegado y que es cómo es.
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