¿Cómo deben de ser actualmente los jóvenes que en los sesenta buscaban romper con la sociedad que imperaba? ¿En qué clase de padres se deben de haber convertido? En esta comedia inglesa de Mike Bartlett –Bull, Contracciones– se habla precisamente de esto, ya que se sigue la historia de una pareja desde que se conocen en 1967 hasta el 2011, pasando por la época final del Tatcherismo a principios de los noventa. Más de cuarenta años para entender unos personajes que han progresado económicamente, que han hecho lo que han querido y que se han amoldado cómodamente a una sociedad que finalmente les ha cambiado a ellos. Unos personajes que ven como sus hijos se avergüenzan de ellos y los acusan de inmovilidad y poca conexión con el mundo que viven.
A pesar de ser una comedia, Love, Love, Love se mueve también por el resbaladizo terreno del drama familiar y los conflictos generacionales, con pequeños desastres y algunas discusiones bastante acaloradas. Todo ello no ayuda a que empaticemos demasiado con ninguno de los protagonistas, a pesar de que estoy convencido que hay situaciones que todos hemos vivido o hemos visto a nuestro alrededor. De hecho, hemos visto aparecer el tema en otras muchas funciones teatrales y quizás por eso me esperaba que el texto de Bartlett sería más original, o nos daría algo más de luz. Finalmente no ha sido así. La obra se limita a mostrar una pareja y todas sus contradicciones, hasta el punto de dejarnos un sabor ambiguo y un poco decepcionante: el conservadurismo de la hija, la poca empatía de los padres, la necesidad de un amor interesado, etc.
Julio Manrique ha conseguido una producción impecable, como todas las de La Brutal, pero quizás he echado de menos algo más de riesgo. Se repiten recursos como el de las proyecciones, y se hace lo que se puede con una escenografía funcional que no acaba de lucir (no se puede negar que el espacio de La Villarroel pose siempre muchas dificultades a los escenógrafos). Ahora bien, las actuaciones de Laia Marull y David Selvas se llevan toda la atención, tanto por el hecho de ir añadiendo años a sus personajes como por la fuerte carga emocional que exponen. Lástima de las pelucas del comienzo, que poco les ha faltado para hacer perder la verosimilitud de su trabajo…