Las personas tendemos a idealizar el pasado. Romantizar momentos y anhelar recuerdos que se han perfeccionado y moldeado con el paso de los años para ajustarse a aquello que nuestra percepción o el yo del momento quiere creen que vivió. Y juntamente con estos momentos, especialmente en la infancia, se acostumbra a colocar a personas de manera estratégica que significaron mucho, pero que quizás no eran exactamente como se recuerdan. Esta idealización comporta unos autoengaños que se llevan hasta el límite, cuando todo explota y no se puede mirar hacia otra parte.
David Trueba en esta obra hace un salto a la memoria de los dos protagonistas, Pablo (Vito Sanz) y Nuria (Anna Alarcón). De pequeños vivían en el mismo barrio obrero de la ciudad donde todo el mundo sobrevivía como podía, se encontraron el uno al otro en la preadolescencia y salieron juntos durante poco tiempo, el suficiente para que les dejara un recuerdo al cual volver. Se reencuentran de adultos cuando Nuria necesita que Pablo le ayude en un afer bastante complejo. Es durante los momentos de reencuentro y conversaciones cuando explotará la burbuja del recuerdo.
Con un lenguaje directo y reflexivo, como es costumbre de Trueba, el texto navega en el presente de los personajes y en los caminos que los hicieron unirse cuando eran adolescentes. Con su propia descripción de los momentos vividos se va perfilando su carácter y cada arista de los personajes, proporcionando a la espectadora una visión global de aquello que motiva y empuja a cada uno en la trama. El motivo del reencuentro es una excusa para afrontar el cambio de paradigma y de visión que cada personaje tiene del otro. Ver el pasado con ojos de adulto, de la experiencia adquirida, es la auténtica motivación de la narración.
El diseño sonoro y de luces ayuda en la transición entre el presente y el pasado, entre el diálogo actual y los monólogos llenos de recuerdos. Una narrativa bien tramada en una escenografía muy interesante, aunque no interactúa mucho con el relato.
Sanz y Alarcón tienen un trabajo difícil en dar vida a unos personajes contradictorios, especialmente ella que pedazo a pedazo explora y deconstruye un papel inicial simple en una persona compleja que esconde su propia realidad. La fuerza de Alarcón impregna cada palabra y movimiento de Nuria, creando, incluso, una incomodidad pretendida y bien conseguida. La naturalidad de Sanz hace evolucionar a su personaje de manera orgánica, quitando capa a capa el anhelo y la decepción de Pablo, al mismo tiempo que transmite un fondo de tristeza.
El relato es interesante y la historia atrapa al público, aunque hacia el final de la producción parece que la reiteración de ciertos conceptos o comentarios alargan la puesta en escena sin necesidad. Afortunadamente, en este momento en que la espectadora empieza a tambalear su interés se provoca un cambio de discurso que sorprende y vuelve a captar la atención. El público vuelve a engancharse justo para despedirse de una historia triste, pero muy real.