Esta no es una de las comedias más conocidas de William Shakespeare –o al menos no de las más representadas en nuestros escenarios-, pero merece toda nuestra atención porque tiene lo mejor de todas las otras y un punto amargo que lo tiñe todo de otro color. De hecho, la obra nos habla del amor puro entre dos amigos que por culpa del amor romántico verán como se alejan el uno del otro. Todo empieza así, con un viaje. El resto serán reencuentros, mentiras, traiciones y alguna que otra “pillada in fraganti«. La versión que nos sirven Declan Donnellan y Nick Ormerod sigue el texto shakesperiano y todas las convenciones de la comedia isabelina, pero tampoco obvian un tono filogay que se le ajusta como un guante. A la vez, juegan con la comedia del arte y con todo el ingenio y los trucos que unas cuántas décadas más tarde harían famosas las desencantadas comedias de Carlo Goldoni.
El montaje se reduce a una pequeña pared o muro que visualiza el tiempo y los lugares donde pasa la acción. El resto lo hacen unos actores y actrices vestidos de forma atemporal, con una gestualidad muy marcada y una manera muy acertada de decir los versos del autor inglés. Un reparto muy cohesionado, pieza indispensable para que todo funcione correctamente. Y es que en este sentido, Donnellan sabe muy bien como tocar las teclas de una partitura endiablada como esta. Ya sea combinando comedia pura con momentos más serios (la música nos pone en contexto) o ya sea usando los personajes de fantasmas, títeres o testigos, incluso cuando no les toca estar en escena.
Una muy buena oportunidad para reencontrarnos con otra de las muchas joyas de Shakespeare, pero también para poder ver de nuevo a la Compañía Nacional de Teatro Clásico… esta vez bajo la batuta de los creadores de Check by Jowl, el mítico grupo británico.