Es muy difícil hacer que un microteatro logre ser una experiencia narrativa completa. Probablemente, mucho más difícil que para los relatos en la literatura o los cortometrajes en el mundo del cine. Por este motivo, muchas veces nos encontramos obras de microteatro que no van mucho más allá de la anécdota o de ser un simple gag efectivo. Visto desde esta perspectiva, el caso de Los chicos boreales resulta tan excepcional que casi lo podríamos describir como un fenómeno mágico. Xavier Miralles, con larga experiencia en el formato, ha escrito y dirigido una pieza donde la sensación de intimidad y las emociones de sus protagonistas transmiten un poder de fascinación único. Su secreto reside en condensar en quince minutos una historia que podría dar para un espectáculo largo de manera orgánica, dosificando los acontecimientos a través del diálogo y los sentimientos. Todos hemos estado alguna vez enganchados a una relación que, por mucho amor que sintiéramos, nos hacía daño. Por eso, la propuesta es capaz de conmover de una manera tan intensa desde la naturalidad cotidiana y la revelación más sincera de una verdad colectiva. Cabe señalar, además, que todo esto no funcionaría tan bien sin el trabajo de sus actores Jorge Velasco y Genís Llama, cuya pureza interpretativa es tan tierna y auténtica que te destroza por dentro. En tiempos de cinismo, que un pequeño montaje consiga emocionar sin caer en la cursilería, la idealización de las relaciones o el romanticismo impostado es, en realidad, casi un milagro.
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