Después de regalarnos una magnífica versión musical del clásico de Billy Wilder en Sugar. Con faldas y a lo loco, la productora Som-hi Films ahora nos trae a escena una nueva comedia de inspiración cinematográfica. Se trata de una curiosa adaptación de la película Los treinta y nueve escalones (1935) de Alfred Hitchcock con la peculiaridad de haber sido reinventada como comedia y que sólo cuatro actores interpretan los más de 100 personajes. Evidentemente, lo que más llama la atención de esta pieza de relojería escénica es el ritmo trepidante con el que cobra vida cada secuencia ante nuestros ojos pero también la gracia con la que todo el reparto va generando gags, parodia situaciones y crea singulares personajes. Más allá de esto, hay que destacar el buen gusto, el amor y el respeto que el montaje transmite por el mundo del cine, en general, y por Hitchcock y el film en el que se basa, en particular. Si bien Con la muerte en los talones (1959) se podría considerar un resumen de la trayectoria norteamericana del cineasta británico, Los treinta y nueve escalones sería un especie de culminación de su etapa inglesa, incluyendo gran parte de sus obsesiones: el falso culpable, viajes en tren a través del país, el mcguffin, etc. El espectáculo, sin perder nunca el sentido del humor, parece ser consciente de esta circunstancia y aprovecha para hacer un completo homenaje al mago del suspenso utilizando, por ejemplo, la banda sonora de otras cintas como Psicosis (1960) o Vértigo (1958), entre otros guiños dirigidos a los más fanáticos. Resulta, de este manera, un bonito, hilarante, ágil y fresco tributo que deleitará tanto a los amantes del séptimo arte como a los de la comedia bien hecha.
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