Un título largo para una pequeña obra (en duración, que no en dimensión) que transita de manera muy calculada desde una exuberancia inicial y grosera hacia un final sereno e íntimo: Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar. Así titula Damián Cervantes este experimento teatral que piensa, este humilde espectador, hace mucho y muy bien a la cartelera barcelonesa. Porque es una apuesta que sacude los pulmones del público. Porque el diafragma se contrae durante la fantástica primera escena de ritmo trepidante, de una fuerza emocional y vocal que no pide disculpas ni permiso para molestar. Porque hay espacio para el humor, tan necesario y balsámico, a la hora de describir la miseria y el dramatismo que envuelve esta propuesta -tal vez, como un reflejo de una realidad todavía demasiado habitual en un país como México. Porque rehuye intencionadamente cualquier esteticismo o modernismo, tan habitual en el teatro catalán contemporáneo. Porque consigue, con una puesta en escena, podríamos decir, primitiva, cautivar la atención de todos y cada uno de los espectadores; incluso de aquellos más tentados de sentirse ofendidos ante la impunidad de la propuesta de actrices y director. Le va muy bien al espectador barcelonés tener obras como esta a la cartelera porque nos permite el lujo de observar, por la pequeña ventana de Sala Atrium, como se trabaja en el otro lado del Atlántico, al país hermano, donde hacer teatro es todavía crear vida entre tres paredes, hacer una o varias instantáneas de la realidad humana donde, más importante que una historia, hay unos actores que hacen sentir -que no comprender- lo que ellos sienten. Recomendada para aquellos espectadores que van al teatro en busca de una experiencia. No recomendada para aquellos que desean ver cosas bonitas que los hagan sentir bien.
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