Resulta, de entrada, una agradable noticia comprobar que el mismo equipo que nos trajo una inquietante y maravillosa puesta en escena de Terra Baixa repite para, esta vez, adentrarse en un clásico francés. Desgraciadamente, en esta ocasión, la propuesta está lejos de aquella meticulosa deconstrucción del texto de Guimerà, transformado en monólogo, que la hacía especialmente excepcional. Pero, más allá de expectativas y comparaciones probablemente injustas, lo que Pau Miró nos plantea aquí es un elegante montaje que transita entre la blancor de los vestuarios y la oscuridad emocional de los conflictos de los personajes. Se trata de una tragedia con sentido del humor, cosa que encaja a la perfección con la atmósfera, el tono escogido y el diseño visual de conjunto. Lluís Homar nos vuelve a regalar un delicioso recital interpretativo donde el simple hecho de escucharlo declamar los versos, llenos de matices, sentimientos, ironía o dolor, ya da sentido al espectáculo. Hay que añadir, no obstante, que Homar se encuentra bastante muy acompañado, en este caso, por un reparto diverso y muy interesante, de los cuales Àlex Batllori y Aina Sánchez destacan especialmente por su naturalidad. La música original de Sílvia Pérez Cruz añade la bella melancolía a la que nos tiene acostumbrados, muy acertada para la historia. En general, podemos decir que es una producción cautivadora que, a pesar de que cueste entrar en ella debido a un ritmo inicial irregular, una vez te atrapa, no te suelta hasta el final.
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