Inspirada en una peculiar mezcla de El jardín de los cerezos de Chéjov, Hamlet y la liturgia de Jueves Santo, L’hort de les oliveres es una obra muy personal, poética y valiente con una osada implicación por parte de su autor: Narcís Comadira. Indudablemente personal, el espectáculo explica la historia de una familia catalana de clase burguesa que se reúne para celebrar la Semana Santa en la finca que todos están de acuerdo en vender, a excepción del hijo interpretado por un Rubèn de Eguía enigmático, sensual y atormentado. La dirección del montaje, a cargo de Xavier Albertí, es un verdadero acierto. La puesta en escena es visualmente muy atractiva, moderna, ágil y busca, en imágenes, la lírica que contiene su texto. Además, ameniza, con una música en directo muy bien escogida y otros recursos como micrófonos o juegos de sábanas, mesas y sillas, varios pasajes que, tal como están escritos, podían haber caído en una densidad muy peligrosa. Aún así, la propuesta tiene muchas ideas que pecan de cierta gratuidad y, a veces, la narración se encalla en conceptos muy sugerentes pero que, al mismo tiempo, no ayudan a hacer avanzar la trama. En cualquier caso, no nos encontramos ante una pieza dramática de estructura convencional sino, más bien, una abstracción de temas universales como el amor, la muerte o el egoísmo en las relaciones humanas, retratados desde el prisma de la Cataluña actual, presente de forma muy inteligente. De acuerdo que su contenido tiene un peso operístico impostado y que funciona mejor por sus partes que no como conjunto, pero se tiene que reconocer que, como maquinaria visual, es fantástica y, como texto, puede llegar a emocionar.
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