L’hèroe fue una obra muy popular -y también muy provocadora- en el momento de su estreno, en 1903. De hecho, se dice que pocas horas antes de levantarse el telón en el Teatro Romea, Rusiñol marchó hacia París y puso tierra de por medio entre él y el escándalo que se avecinaba. Se trata de un texto antimilitarista que pone en evidencia el papel del gobierno español en las colonias de ultramar (Cuba, Filipinas, etc.). Incluso a día de hoy muchos de sus pasajes, y principalmente el monólogo inicial, resultan aterradores. La crudeza con la que se describe la guerra y sobre todo la impunidad y también la indiferencia hacia el supuesto enemigo son todavía vigentes, y desgraciadamente contemporáneas.
El montaje que nos sirve Lourdes Barba, con dramaturgia de Albert Arribas, bucea en los ideales de Rusiñol y consigue momentos dramáticamente muy interesantes, sobre todo cuando hace intervenir en escena a personajes que están ausentes. Ahora bien, me rechina la permanencia de muchos barbarismos lingüísticos, la caricaturización exagerada de algunos personajes y un montaje escénico que se acerca más a la instalación artística que al decorado. De hecho, la convivencia de estilos diversos -tanto en la estética como en la interpretación- creo que no ha acabado de cuajar como haría falta. Se adivinan buenas intenciones, pero es difícil encajarlo todo en espectáculos que muchas veces quedan absorbidos por la Sala Gran del TNC, un escenario muy peligroso para cualquier director.