No lo digo yo, lo dice el propio Sergi Belbel en el programa de mano: “Las rosas de la vida” es una tontería, una gamberrada… A mí, personalmente, esta descripción me invita a relajarme, a dejarme llevar, pero también me abre expectativas, por el simple hecho de que sea el propio autor el que la defina así. Todo apunta a que será una comedia romántica alocada, y te predispones a los malentendidos, los dobles sentidos, los actores entrando y saliendo y lanzando réplicas que levantan «ohes» y risas constantes en la sala. Y lo que te encuentras es, en realidad, otra cosa. Es una comedia porque te ríes, es romántica porque habla (entre otras cosas) del amor, y es alocada porque los personajes, sin excepción, están como una auténtica regadera. Pero «Las rosas de la vida» es mucho más, precisamente porque, debajo de la forma de una obra «seria», con largos monólogos, movimientos escénicos mínimos, discursos elaborados y cargados de referencias literarias y artísticas, Sergi Belbel te arranca esa risa que va más allá del chiste, esa risa cocinada a fuego lento dentro del estómago hasta que estalla. No es una obra ligera, ni simple, es la obra de alguien que ha escrito y dirigido mucho, que conoce muy bien el oficio y que después de muchos años se permite el lujo de escribir una obra para unos actores concretos (con quien confiesa que hacía tiempo que quería trabajar) por el simple gusto de mearse de risa. Ellos y ellas, los actores y las actrices, parece que han entendido perfectamente la esencia de esta gamberrada, porque son capaces de hacerte creer (a partir de un texto nada sencillo) que esta tontería tiene todo el sentido del mundo.
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