Se hace complicado recomendar una pieza -una ópera de cámara, en este caso- que resulta difícil en muchos aspectos. Resulta difícil por su partitura (excelente, pero complicada para oídos no acostumbrados), por su libreto (la dramaturgia de Paco Zarzoso es especial y muy particular, eso no lo puede negar nadie) y por la dirección de Xavier Albertí, que a mí me ha resultado el aspecto más discutible. Entiendo que jugaba, como he dicho, con elementos delicados, pero esta manía de muchos directores de escena de infantilizar o reducir a símbolos la estética de muchas óperas no me parece que siempre funcione. Para mí, las mayores equivocaciones han sido la elección de un vestuario imposible y el hecho de no haber contextualizado la historia. Pienso que con un cierto naturalismo habríamos entendido mejor la crítica y las ironías de Zarzoso, que están por todo el texto. El público habría conectado más con lo que se contaba, y en cambio, ha tenido que conformarse con mirar desde la barrera una historia que ni le iba ni le venía. Bien cantada, con una ingeniosa escenografía, unos buenos repartidores de juego (Mercedes Sampietro y Pere Ponce) … y poco más.
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