Ya de bebé, Pablo Messiez agarraba la radio y se quedaba dormido escuchando ópera. De niño, devoraba los musicales de Hugo Midón, cuyas canciones interpretaba en la soledad de su habitación. Y de adolescente, empezó a fascinarse por las grandes divas, desde Nacha Guevara hasta Ella Fitzgerald o Nina Simone, a la que rindió homenaje en La Otra mujer, un musical que pudimos ver hace unos meses en el Teatro Kamikaze.
Ahora, Messiez rinde tributo no solo a las canciones, sino a la importancia, la necesidad y el placer de escuchar. ¿Cuál es la relación entre la música y el cuerpo? ¿Qué ocurre cuando la onda sonora toca el cuerpo y hace que algo se mueva? ¿Cómo sería ese primer momento en que alguien empezó a bailar? Son algunas de las preguntas que se hizo durante el proceso de creación de Las Canciones.
Olga, Irina e Iván, son «tres hermanas» que se reúnen para escuchar música, experimentar con las canciones, indagar en su misterio, en su capacidad transformadora, canciones para olvidar, canciones para vivir, para morir, para no estar solos, canciones como droga, como lenitivo contra un dolor que todavía no han logrado superar.
«¿Viste esos días en los que todas las canciones te hablan?» le dice Flor a Ana en Muda, una de las primeras obras de Messiez. Y eso mismo ocurre en su última obra, las canciones son un personaje más, un personaje que dialoga con el resto de personajes, pero también con los espectadores, conectan con nosotros para hablarnos de nuestras vidas, de cómo nos sentimos, de lo que nos duele y de lo que nos emociona.
En una época donde estamos saturados de información y ruidos, necesitamos pararnos a escuchar. Tal vez con ese ejercicio aprendamos a escuchar a los otros, al mundo y a nosotros mismos. Las canciones de Messiez tienen textura, adquieren movimiento, huelen a mar, evocan a Chéjov, a Pina Bausch y a Nina Simone. Si escuchamos, las canciones nos transforman.