El propio Pablo Messiez dice al comienzo de este ritual que a veces las palabras sobran y que las sensaciones de la música, de las canciones en los cuerpos se bastan.
Intentar explicar algo de «Las canciones» con palabras es casi como traicionar la idea del autor.
Olga, Iván e Irina se juntan para escuchar canciones. Tras la desaparición del padre en esa casa no se canta, sólo se escucha. Pero se escucha de verdad, sin temor ni esperanza. Dejándose hacer, dejándose mover, pero de verdad, hasta que notes que la voz de Barbara surge entre las notas de Morgen.
Aquí las tres hermanas son las mismas porque son otras. Igual que Moscú es el mar y la música es la palabra. Lo importante es que si abres los oídos, o los ojos, o los poros, si te dejas hacer, lo inevitable se vuelve sanador. Y la vida cura, aunque duela.
Escenografía, luces, vestuario, movimiento escénico, tempos, intensidades, miradas, todo en «Las canciones» es perfecto. Pero las interpretaciones de todo el elenco son de otro mundo. Tengo que destacar a Rebeca Hernando porque sus matices y su sutileza son de los trabajos que hacen historia.
Ya decía el sabio que basta con mirar algo detalladamente para que adquiera importancia. Pues en el escenario TODO mira al sitio del dolor. Al sitio inevitable del que no podemos escapar y desde no podemos mas que mirarnos.
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