La identidad de una persona siempre ha sido un motivo de reflexión, debate político y polémica social. ¿Qué conforma la identidad? ¿Los orígenes? ¿La confesión religiosa? ¿El apellido familiar? ¿A quién le importa dejar constancia exacta de este factor que forma parte de una persona? Aquello que realmente necesita el ser humano es tener un sentimiento de pertenencia, quiere sentirse conectado a un legado que explique su presente y le de sentido a su vida.
En La tercera fuga Victoria Szpunberg hace un repaso por los 100 años de historia de una familia marcada por el exilio en tres épocas concretas. Tres generaciones que han dejado su vida y familia atrás, Ucrania en 1920, Buenos Aires en 1970 y Barcelona en 2020.
Szpunberg con Albert Pijuan presentan una historia hilada con orfebrería, con un ritmo constante que atrapa al público y hace pasar por casi tres horas de relato como si fuesen un pequeño inciso teatral. Con un lenguaje director i llano, el texto expone hechos tormentosos, que afectan la vida y dejan un pósito para siempre, y lo hace de manera sencilla para que la espectadora lo entienda y se sumerja del todo en el viaje que propone. Una maravilla de dramaturgia que sacude la mente y el alma, que acerca al público a la vida de los personajes y los acompaña hasta el final.
El casting de esta obra es espectacular, cada intérprete va mudándose de piel a medida que va cambiando de personaje con respeto y honestidad. La elección del reparto es precisa para relatar esta historia, hay un trabajo excelente en escoger cada una de las personas que dan vida a esta narración. Los y las intérpretes son excepcionales y se nota el trabajo en naturalizar sus diálogos y adquirir los matices necesarios para dar verosimilitud a su discurso -así como los acentos que desarrollan de manera magnífica-. Destacar a alguien no sería adecuado, pero si debería poner el foco en Ton Vieira, el narrado de esta obra, que es uno de los grandes descubrimientos de esta producción.
La escenografía de Max Glaenzel y Sílvia Delagneau es impresionante, no busca una grandeza que haga sombra a la historia, si no que ayuda a contextualizar al público con los espacios más importantes de este relato. El diseño de sonido e iluminación son excepcionales y crean un marco con una sonoridad y visualización perfecta para que no se pierda ni un detalle de aquello que se está explicando. De la misma manera, los efectos creados para dar fuerza a la narración envuelven de manera sublime y demuestran una dirección excepcional de Szpunberg.
Es una experiencia imprescindible que marca un antes y un después al espectador/a que la ve, que aproxima al teatro una gran historia relatada de manera abrumadora.