Victoria Szpunberg ya nos sorprendió la temporada pasada con L’imperatiu categòric, y ahora hace unos tres años con El pes d’un cos, pero la autora catalano-argentina de ascendencia judía lleva ya más de 25 años escribiendo y estrenando textos por nuestros escenarios. Ahora le ha tocado estrenar en uno de los espacios más temidos por muchos autores y directores: la Sala Gran del TNC. Las dimensiones del escenario, de la sala, los recursos técnicos y también las expectativas puestas en cada estreno imponen de lo más. Pero justo es decir que el resultado ha sido más que satisfactorio, sobre todo porque la autora ha dejado de lado su estilo más íntimo para explicarnos una historia grandiosa en tres partes. De hecho, la historia (inventada o vagamente inspirada en la realidad) de su propia familia.
Todo empieza con una danza de la muerte, y con un maestro de ceremonias (excelente trabajo de Ton Vieira) que nos adentrará en la familia de la autora del texto. Todo con muchas referencias metateatrales y un humor que pronto se mezclará con el drama. Y ya enseguida nos encontraremos en Berditxiv (Ucrania), a principios del siglo XX, donde está a punto de celebrarse la boda de unos antiguos parientes… Un acto marcado por la amenaza de la guerra, que nos conecta inevitablemente con nuestro presente. Y ya después marcharemos hacia Argentina, donde llegan refugiados dos de los familiares ucranianos. Aquí entraremos en el acto más dramático y temáticamente más complejo; un acto realmente emotivo que nos remite, también inevitablemente, al momento actual con todas las referencias al auge del fascismo y los estragos de la dictadura de Videla. La tercera parte –o la tercera fuga, según se quiera ver- nos llevará hasta Cataluña, en el que será el acto más cómico y ligero… al menos al inicio. Quizás no es la mejor parte de todas, pero el texto está muy bien ligado y el final –aunque un poco impostado- es tan impactante que enseguida convence a los espectadores. Hacer levantar a casi toda la platea del TNC no es tarea fácil, y la obra de Szpunberg lo consigue casi cada noche.
Hay que valorar la estructura de un texto que te atrapa enseguida y no te suelta en sus casi tres horas de duración. Un trabajo enorme de la autora –conjuntamente con Albert Pijuan– que también se luce en la parte de dirección. Y es que mover un engranaje como este con aparente facilidad y sin excesivos artificios también es de mérito, aparte de que consigue uno de los trabajos interpretativos de conjunto más interesantes y cohesionados de los últimos años. Ver como los actores y actrices –con Clara Segura al frente- pasan del catalán al argentino con tanta naturalidad es realmente admirable, pero la mezcla de músicos e intérpretes también resulta gratificante, hasta el punto que el momento del tango Cambalache acaba siendo uno de los puntos álgidos de la pieza.
Para finalizar, destacar el trabajo escenográfico, el vestuario, la iluminación, el espacio sonoro… Un trabajo técnico impecable que esta vez va de la mano de la historia, y ni la entorpece ni la ahoga.