Hay quien ha dicho que esta Florentina no aporta nada de nuevo y que el TNC no tendría que seguir reproduciendo estampas de épocas pasadas, si no es para actualizar sus textos y dar una vuelta a la tortilla. Se ha dicho también que es trabajo de los teatros privados hacer obras de este tipo y dejar el teatro nacional para otros menesteres. Quizás todos tienen su parte de razón, pero yo no puedo dejar de admitir que he disfrutado de lo lindo con Rodoreda, con el magnífico plantel de actrices, con la clásica dirección de Belbel y con la megalómana escenografía de Max Glaenzel. Es fácil criticar un tipo de producción como esta, pero creo que todavía es más fácil caer bajo los efectos de un texto y unos personajes que provocan empatía y ternura casi desde el principio.
Y es que Rodoreda estructura y planifica muy bien su obra. A pesar de haber hecho sólo una media docena de piezas teatrales, la autora se maneja bien con los diálogos y la dosificación de las situaciones, consiguiendo que nos enamoremos despacio y a base de situaciones cotidianas de unos personajes tremendamente humanos. Además, en La señora Florentina hay un mensaje feminista muy potente, con unas mujeres que en su época podían estar estigmatizadas pero que deciden ser libres… en «una casa para mujeres solas». Quizás al final, con la aparición de un personaje sorpresa, la trama se resiente un poco, pero sea como sea justo es decir que todo fluye por el camino correcto. Gran parte de culpa la tienen una serie de actrices en estado de gracia, desde las veteranas -una espléndida Mercè Sampietro, acompañada de las entrañables Margarida Minguillón, Teresa Urroz y Carme Callol– hasta la casi debutante Elisabet Casanovas, que afronta el personaje más divertido y más tierno de la función. Toni Sevilla clava su desleal Homer, mientras que Enric Cambray y Gemma Martínez se hacen cargo de los personajes pequeños. En definitiva, un rato de buen teatro -necesario o no-, que el público agradece y recompensa.