Martin MacDonagh nos habla de la terrible miseria humana a través de la sádica relación entre una madre y una hija. Sus personajes despiertan ternura y terror al mismo tiempo, y es que son tan responsables como víctimas de una lucha constante por reafirmarse ante un entorno apático que las aísla y las enfrenta.
Maureen (Marta Marco) verá en Pato (Ernest Villegas) la oportunidad de escapar de las garras de su maquiavélica madre (Marissa Josa) y volar fuera del pueblo de Leenane de una vez por todas. Siendo consciente de que ésta será posiblemente su última posibilidad para conseguirlo, Maureen desata el duelo definitivo con su madre sumergiéndose en una espiral de locura y violencia. Ray, el joven hermano de Pato (Enric Auquer), cierra este gran elenco de actores con un personaje que nos da oxígeno en cada una de sus apariciones.
La escenografía juega a favor de la construcción de un espacio asfixiante. Una casa que encierra a sus personajes pero al mismo tiempo protege de un exterior hostil lleno de barro y lluvia constante. Una sociedad rural olvidada donde la única opción de redención es huir al extranjero. La música que proviene de la radio en escena también sirve para construir este ambiente de pueblo aislado irlandés, así como para generar contrastes entre la miseria de los personajes y el buen rollo de temas como Brown Eyed Girl de Van Morrison.
En definitiva, una obra maestra con una puesta en escena brutal y unas interpretaciones magistrales. Un relato terriblemente pesimista sobre cómo el aburrimiento y la apatía pueden volvernos tan perversos como locos.