No, esta adaptación de Prat i Coll no es como Els jocs florals de Canprosa; esto no es una fiesta, no hay ironía ni desenfreno (que tanto agradecimos; bueno, la rifa, no tanto), aquí encontramos una adaptación más contenida y serena. No creo que sea por eso pero no me llegó casi ninguna emoción. No ayuda, seguramente, que la Rambla nos guste o no, no es lo que era. Los barceloneses ya no la pasean, no van a ver y dejarse ver y han sido sustituidos por una corriente incesante de turistas, presas fáciles de la delincuencia y restaurantes de dudosa calidad.
Una escenografía – más sencilla de lo que nos tiene acostumbrados la Sala Gran del TNC- con los icónicos plataneros y paradas de flores preciosas, protagonistas como es debido, que mutan según las estaciones y son un estallido de colores, un ramo cromático hipnótico, que nos impacta, con su delicadeza y también fuerza y expresividad. Cromatismo que se complementa perfectamente con la iluminación, magistral, y el vestuario de época, colorido que no estridente, con bambas, que es moderno, como poner faldas los chicos. No me convenció tanto, por no entenderlo del todo, la parte posterior a la Rambla, un espacio etéreo donde transitan, supongo, los espíritus de la Rambla. No acaba de ligar este trasfondo tan contemporáneo y onírico, con la Rambla y personajes tradicionales que vemos.
De hecho, tuve la sensación de estar viendo una pieza de museo, bien bonita, que hay que recuperar como patrimonio cultural pero que (me) cae muy lejos. El problema es que el texto de Guimerà (conmigo) no resuena, especialmente la parte que más gusta, la identificación total de Antònia con la Rambla, el rechazar todo lo que no sea ser florista porque en la Rambla es donde late la ciudad y ella es figura capital. Sí me sorprendió muy positivamente, en cambio, que se denunciaran temas como la dependencia y vulnerabilidad de la mujer a la figura del marido.
Sí disfrutamos de una notable interpretación de Rosa Boladeras, como absoluta protagonista, una mujer de ideas claras, dura y compasiva al mismo tiempo, adelantada a su tiempo. De hecho, Antònia eclipsa el resto de personajes, demasiado planos y que sólo se explican por estar a su servicio.
Lo mejor: cómo el verso no suena recargado ni arcaico sino natural y delicioso.