Un grupo de hombres primitivos persigue un mamut en una cacería. Esta imagen preside el último espectáculo que hemos visto de la compañía chilena La Re-sentida, la misma que nos trajo Paisajes para no colorear y Oasis de la impunidad. Se trata de una imagen enorme, feroz, que resume el tema del espectáculo y que avanza la brutalidad que nos mostrarán a los pocos minutos de empezar los siete actores adolescentes que lo protagonizan. Una brutalidad que les viene impuesta o heredada. Una masculinidad tóxica con la que, tal como iremos viendo a lo largo de la obra, no se identifican… pero en muchos casos se ven obligados a aceptar.
Si con su primer espectáculo la Re-sentida reunía un grupo de chicas que querían escapar del machismo, ahora le da la vuelta y busca la otra parte, el reverso o la antítesis de toda esta situación. Y tal como pasaba con las chicas, pronto vemos como los chicos también se muestran incómodos en el papel que les ha tocado. Muchos de ellos nos revelan sus debilidades, sus miedos y sus deseos más íntimos. Vemos de golpe como desean vivir la sexualidad de forma libre, o cuanto menos enseñarnos que también lloran, se emocionan y luchan por desmarcarse de un encorsetamiento arcaico y primitivo… en el fondo, muy primitivo.
El espectáculo empieza con mucha fuerza y con una estética y una gestualidad impactantes, marca de la casa. A pesar de que a momentos parece deshincharse por culpa de algunos parlamentos o situaciones demasiadas alargadas, el montaje remonta cuando los actores se rebelan y el marco opresor es desmantelado. El final, a ritmo de Madonna, es toda una declaración de intenciones. No hay mucho más que decir. Solo nos toca esperar el próximo espectáculo de La Re-sentida, que siempre viene dispuesta a remover y a no dejar a nadie indiferente.