Adaptar a un formato de monólogo una novela tan reconocida como La plaza del diamante es, al mismo tiempo, un valor seguro (porque se trata de un gran libro) y un riesgo, puesto que tendrá que competir con el recuerdo emocional que cada cual guarde de su lectura. En este sentido, Joan Ollé ha realizado una versión muy fiel y respetuosa del original, centrándose en los pasajes más relevantes, sin cortar nunca el hilo narrativo de la protagonista. Desgraciadamente, no ha conseguido teatralizar lo suficiente el texto que resulta bonito pero, por momentos, demasiado literario. Tampoco su dirección, un poco perezosa, ha solucionado este problema: la puesta en escena es completamente estática, apostando sólo por obvios subrayados musicales y la fuerza de su actriz principal. Así pues, su acierto más destacable es la elección de Lolita Flores para encarnar a la emblemática “Colometa”. Arriesgada de entrada, la apuesta, finalmente, ha funcionado bien. La popular hija de Lola Flores recita con naturalidad y verosimilitud la historia, interpreta de forma convincente, llega a emocionar e, incluso, consigue que nos olvidemos de a quien estamos viendo para contemplar al personaje de Mercè Rodoreda. Por último, la escenografía, sencilla pero efectiva, encuadra perfectamente esta narración íntegramente en castellano. No habría estado de más, dicho sea de paso, que Lolita enunciara en catalán algunas de las frases de los diálogos en las funciones de Barcelona, ni que fuera para hacer un guiño al público catalán que, a buen seguro, lo agradecería felizmente.
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