Que yo recuerde ya es la tercera vez que la extraordinaria novela de Rodoreda sube a los escenarios de Barcelona. En el 2004 fue el mismo Joan Oller quién convirtió el texto en un monólogo para tres actrices, con un montaje que recuerda mucho al que ahora se nos presenta. Cuatro años más tarde, Toni Casares dirigía en el TNC una versión más formal que aprovechaba todos los recursos de la sala grande. Pero es con la versión producida por el Teatro Español de Madrid donde quizás se arriesga más, puesto que aparte de hacer una versión en castellano se ha convertido la novela en un monólogo para una sola actriz. La dirección vuelve a recaer en Oller, que conoce muy bien el texto, y la interpretación la aporta una Lolita Flores que vuelve a demostrar que es una gran actriz… además de una cantante y un personaje público. Flores permanece sentada en un banco durante toda la función, pero su interpretación contenida, humilde y sentida le está dando algunas de las satisfacciones más grandes de su carrera, puesto que el teatro se ha llenado casi en todas las funciones y el público la ovaciona de pie todas las noches. Es cierto que se hubiera agradecido una dirección menos conservadora y previsible, puesto que el enlace un poco postizo entre los diferentes temas o la repetición de recursos -las lucecitas de colores y la música de Pascal Comelade– acaban por agotar la fórmula. De todos modos, estamos ante una función que saca mucho rendimiento de una propuesta minimalista y de un planteamiento sin grandes pretensiones.
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