La Plaça del Diamant forma parte del universo cultural de todo un pueblo, porque reúne una calidad literaria contrastada y admirada, porque refleja el sufrimiento de la sociedad en tiempos de guerra y posguerra, porque muestra la vivencia de una mujer de aquellos tiempo, humilde y trabajadora, profundamente sensible y perspicaz, y, en definitiva, porque se ha convertido en una crónica de un período histórico, una obra absolutamente imprescindible y de una magnitud colosal en la literatura europea del siglo XX.
Partiendo de esta base, cualquier versión de la obra que pretendiera ser innovadora podía correr el enorme peligro de alejarse de la esencia y acercarse al fracaso. La directora, Carlota Subirós, se había adentrado ya en un trabajo previo (Rodoreda, retrat imaginari) en la personalidad de la escritora y, buena conocedora de sus textos, ha realizado un magnífico trabajo de adaptación de la obra, conjuntamente con Ferran Dordal, responsable de la dramaturgia, y ha creado una visión coral de un personaje extremadamente profundo. Una auténtica experiencia por la audiencia. Un verdadero homenaje a las mujeres de ese tiempo, a la resiliencia que permite seguir creciendo cuando todo parece muerto, a la narrativa pura, a la descripción sin artificios, a la prosa, a la poesía de las palabras bien elegidas, a la arte de hacer de un nombre un adjetivo, una…
El espectáculo desarrolla la obra desde el pensamiento de la protagonista. Todo parte de ella, y de su proceso mental brotan las palabras. Explica los hechos tal y como los vive y ve, sus emociones, el amor, la tristeza, la maternidad, la resignación, el dolor, la muerte, la soledad, la añoranza, la esperanza… Siempre en primera persona. El uso del estilo indirecto en los diálogos sitúa al espectador en el punto justo donde está Natalia, y hace destacar aún más la riqueza psicológica del texto.
Ahora bien, lo que convierte el espectáculo en único, indispensable, categóricamente sublime, es el uso de once voces para contar una vida que, en realidad, hablaba a través de sus silencios. Once actrices, llenan la escena y comparten un solo ser, un solo rol. Once voces por un solo pensamiento. Y se combinan coreográficamente. Música y danza se añaden para reforzar la sensibilidad del mensaje, para ilustrar, dar contexto y fortalecer lo que Natalia explica. Y, a pesar de algún desajuste minúsculo, todo funciona como un reloj. Tan preciso, rítmico, ágil y potente que te engancha al personaje, y te escuchas como si te lo contara sólo a ti, como un encuentro, como una declaración, como una confesión. Las once actrices están brillantes, y todas, a pesar de su gran diversidad, muestran su capacidad de conversión en el personaje. Como en una única voz. Los elementos que pueblan la escena se convierten en símbolos que se añaden poco a poco, a medida que el relato los reclama, y se sitúan en un espacio determinado, conscientes de que transmiten también su mensaje, hasta que la maldita veza que tanto gustaba a las palomas lo acaba por invadir metafóricamente todo. Pocas ganas me quedan de llamarla Colometa… Y hay que hacer limpieza, hay que empezar una nueva vida donde sólo hay cenizas. Y Natalia renace, y toma todas las voces que han formado su historia.
El espectáculo es un verdadero privilegio. Atrapa y conmueve. Permite llegar al alma de una obra primordial, de un texto incomparable, y permite un encuentro con su verdadera protagonista, de primera mano, escuchando su voz.