Dirigir una obra de Tennessee Williams, o alguna de Chéjov, siempre comporta un riesgo añadido para cualquier director. Cuesta acertar con el tono, y en el caso del autor norteamericano cuesta mucho no caer en los escollos de unos argumentos pasados de vueltas, con un pie en el realismo y otro en el simbolismo. De hecho, los textos de Williams están llenos de lugares comunes y de personajes que buscan resolver sus traumas (la mayoría de veces de cariz sexual) por varios e intrincados caminos. En La noche de la iguana, el ex-reverendo Lawrence Shannon intenta redimirse de su atracción por las menores de edad, mientras que a su alrededor se reúnen un montón de mujeres que viven la sexualidad de formas muy diferentes: la exuberante directora del hotel, la traumatizada Hanna Jelkes, una jovencita que intenta seducirlo y la conservadora directora de un Instituto Femenino de Kansas. El marco para toda esta peripecia tampoco tiene pérdida, puesto que se trata de un caluroso rincón de la costa oeste mejicana durante la época de la segunda guerra mundial.
Carlota Subirós, que ya se había acercado a Williams con La rosa tatuada, ha conseguido un artefacto que entra por los sentidos (espléndido decorado de Max Glaenzel, un gran trabajo de ambientación sonora, etc.) pero que no apasiona ni traspasa al espectador. Hacer una obra de este autor y que te quede fría, o cuando menos tibia, quiere decir que no has llegado al objetivo. Creo que Joan Carreras es el que mejor ha entendido la propuesta y el que lucha, de principio a fin, con un personaje complejo como hay pocos. Por su parte, Nora Navas y Marcia Cisteró -a pesar de ser dos grandes actrices- se quedan en el camino… consiguiendo algunas escenas aisladas bastante exitosas pero perdiéndose en la inmensidad de una obra que, por cuestiones de Covid, se ha recortado casi un 30%.
Cómo muchas de las producciones del Teatre Nacional, la obra luce y muestra todas las posibilidades de la sala grande… pero al final resulta insuficiente. Las exigencias de Williams no son banales, y su teatro ha quedado anclado en una época muy determinada de la dramaturgia anglosajona. Cuesta hacerlo llegar al público de hoy sin traicionarlo. Ahora bien, siempre nos quedan sus diálogos brillantísimos y algunas frases que resuenan como sentencias.