Esta obra de Martin McDonagh podría casar mejor con La calavera de Connemara -vista también en La Villarroel ahora hace unos ocho años- que con las mejores piezas del autor irlandés: La reina de belleza de Leenane o El hombre almohada. Con esto quiero decir que vayan preparados para una de las gamberrades que le gusta hacer de vez en cuando, en las que el humor negro, la violencia y el gran guiñol se elevan a la enésima potencia. La lástima es que esta obra, a pesar de su envoltorio al estilo de Tarantino, no acaba de levantar el vuelo ni despierta excesivo interés en la mayoría de espectadores. La historia es simple, sin mucho desarrollo y con un final que puede decepcionar a más de uno. Eso sí, tendréis gritos para dar y regalar, miembros amputados y algún personaje intrigante y bastante carismático, como el recepcionista de hotel que nos presenta un siempre efectivo Albert Prat. Este personaje, precisamente, nos recuerda al de Four Rooms, una película episódica que tenía al detrás a directores como Allison Anders, Alexandre Rockwell, Robert Rodríguez y… curiosamente, el mismo Tarantino.
Cuesta decir que es lo que falla en esta producción, pero está claro que el texto no es de los más exitosos de McDonagh. Tampoco la dirección de Pau Carrió (La presencia, Elling, Clase) parece encontrar el tono adecuado, puesto que no acaba de encontrar los momentos de transición adecuados entre las escenas más histéricas… No debe de ser fácil enfrentarse en un texto que tiene más referentes cinematográficos que teatrales, pero al menos nos quedará un ejercicio de estilo que sí satisfará a los que buscan en el teatro un lenguaje diferente, sorprendente e impactante.
