La Llamada, musical escrito y dirigido por Javier Ambrossi y Javier Calvo lleva triunfando en el Lara desde hace años. Empezó en el hall y ha pasado a llenar a la sala grande y hasta se ha llevado al cine. ¿Y por qué arrasa?
Segovia, un campamento de verano muy católico, dos chicas fiesteras, desinhibidas y entregadas al ritmo electrolatino. A una, de repente, se le aparece ni más ni menos que Dios nuestro señor, que se arranca por Whitney Houston . Hombre, apasionante, apasionante como musical de masas no parece.
Pues vaya sí lo es. De entrada, no es pretencioso. Que sí, podemos buscarle que toca temas como la identidad, perseguir sueños…pero tampoco, creo, es ese el secreto de su éxito sino que desprende de un modo no artificial –ahí el mérito- buenas vibraciones. Tiene puntito gamberro y descarado (ese “Lo hacemos y ya vemos”, frase del musical que pide a gritos un tatuaje) sin ser ofensivo sino cómplice.
Y sí, prima el ritmo sobre el argumento (¿por qué W. Houston? ¿Qué espera Dios de nuestra protagonista? ¿Qué hacen allí las chicas? ) pero conectas con todos los personajes en seguida y cada uno tiene espacio para el lucimiento. Aparte de las chicas protagonistas. la monja joven, Milagros (¡!), que proporciona los mejores e hilarantes momentos de la obra y la hermana más recta, Bernarda, que tiene su corazoncito y hasta baila para enderezar al rebaño. Petardo pues sí, pero tampoco abusa. Al final, es de los pocos ejemplos de propuesta aparentemente sencilla, que cumple con creces su cometido: no solo que te lo pases estupendamente y quieras repetir, sino que te parece haber estado entre amigos.
El reparto varía, pero, mérito de selección del casting y la dirección, por lo que leo y he visto en mis 3 llamadas, siempre brilla, con un derroche de comicidad y naturalidad apabullante, actúe quien actúe (mis preferidas son Erika Bleda y Angy Fernández, con ese puntito choni etrañable).
En resumen: aún no conozco a nadie que no haya disfrutado con La llamada. Y es que el entretenimiento sin artificios, la simpatía, frescura y complicidad no se encuentran cada día.