Que en teatro no hace falta que se nos explique una gran historia con una construcción narrativa clásica, a estas alturas, es una cosa que ya está más que demostrada. No obstante, si no contamos con una gran dramaturgia, por el contrario, se tendría que encontrar otra manera de abordar al público: por la vía del entretenimiento, de la emoción o de la reflexión. Después de un prólogo donde se pide (con cierta arrogancia) que abramos la mente porque lo que veremos no se asemeja a nada que hayamos visto antes, la obra de Mai Rojas nos ofrece tres piezas de mimo corporal, independientes entre ellas, donde se apuesta por el esteticismo de la gestualidad y la poética del movimiento. La primera de todas, La leyenda del fauno es, con diferencia, la mejor y, quizás, hubiera sido bueno desarrollarla y hacer con ella un espectáculo entero. La técnica de Rojas es espléndida y, ayudado por un buen maquillaje, resulta toda una exhibición de expresividad. Ahora bien, más allá de la admiración que produce su destreza, la pieza ni conmueve ni deja impronta. Menos todavía las otras dos. La segunda transmite la extraña sensación de estar desaprovechando a tres actrices que podían haber aportado más a toda la propuesta en conjunto. Para acabar, el número de la maleta es un ejercicio típico que ya hemos visto demasiadas veces. Si se hubiera querido arriesgar, se podía haber hecho de muchas maneras pero, finalmente, lo que el espectador percibe es una colección de imágenes nacidas de la comodidad de aquello que el actor y director ya domina. Además, la voz en off no deja espacio para la imaginación, contradiciendo el juego que se nos ha planteado a primeros de contemplar las escenas como si fueran pinturas. En cualquier caso, tiene pequeños momentos visualmente muy bien logrados y el amor del proyecto por el universo de la mímica es latente; esto no cambia el hecho que, como lenguaje teatral, a pesar de su belleza, no tiene nada de nuevo.
¡Enlace copiado!