Al empezar los actores ya avisan de que el espectáculo tiene que ser visto cómo cuando se contempla un cuadro. Advierten que son tres historias independientes unidas por un estilo, por la forma… o mejor dicho, por un paisaje emocional. Piden por último, que nos dejemos llevar, y a partir de aquí empieza un montaje donde se mezclan proyecciones, danza y teatro de gesto.
A mí los avisos no me asustaron ni echaron atrás. Creo que son incluso innecesarios, porque cuando uno va al teatro tiene que ir con la predisposición a dejarse llevar, desde el primer momento hasta el último. El principal problema que le veo a este fauno, y también a sus compañeros, es que no nos acaba llevando a ninguna parte. En otras palabras, no emociona. Las tres historias se desarrollan de forma similar, y si no fuera por una voz en off discutible -como todas las voces en off- no creo que pudiéramos adivinar lo que nos quieren decir.
Aún así, el espectáculo tiene una estética atractiva y la Sala Fénix es un espacio bastante agradable y bastante adecuado para acoger propuestas como esta. Lástima que la aventura no haya sido tan interesante como parecía en un principio…