A veces las heridas solo se pueden curar compartiéndolas o demostrando vulnerabilidad ante aquellas personas más cercanas.
En esta obra cinco mujeres se reúnen en el aniversario de la desaparición de una sexta. Una madre, dos hijas y dos nietas se encuentran en un momento emocional desastroso, perdidas y llenas de reproches las unas con las otras. Es la abuela la que pide al resto que vayan a la isla del nombre para despedirse del paisaje y recordar a la nieta desaparecida antes de morir.
Núria Espert es la abuela y el centro neurálgico y magnífico de esta producción, unas mujeres rotas que desean no estar solas. Espert despliega su enorme talento acompañada de un gran reparto que con la conversación expían dolor y heridas incurables. Es su personaje el que tiene más cuerpo y peso en la obra y sobre el cual pivota el resto de mujeres que hay en el escenario. Vicky Peña y Teresa Vallicrosa son las hijas de una madre autoritaria, que ha marcado y manipulado sus vidas a nivel emocional y personal, marcando su futuro siempre bajo el paraguas del “propio bien” de cada una. Miranda Gas y Candela Serrat son las dos nietas, intentando averiguar cómo quieren que sean sus vidas mientras van cicatrizando las grietas de sus almas.
Aún y con el reparto excelente, el texto se nota forzado y llevado a sitios sin naturalidad, simplemente con la finalidad de crear un escenario concreto para la exhibición de Espert. Y en este contexto donde parece que este es el único personaje que importan, el resto de intérpretes se limitan muchas veces a darle pie para su intervención, dejándose perder un potencial increíble de actrices encima del escenario.
Una puesta en escena sencilla, que abusa de los fundidos a negro de la iluminación para cambiar de segmento, no coloca ningún obstáculo en la narración de la historia, el elemento indispensable y que más se quiere potenciar en esta producción.
Es Espert y el resto del reparto la verdadera razón por la que ver esta obra, para disfrutar de su talento y maestría sobre el escenario.