Este melodrama de Alejandro Palomas, adaptación escénica de la primera parte de su trilogía literaria El tiempo que nos une, pone sobre el escenario a cinco mujeres – y qué mujeres – bajo la dirección de Mario Gas. Ambientado en Menorca, una familia de mujeres compuesta por tres generaciones, trata de sobrevivir al sufrimiento afligido por los hombres y por la pérdida de Elena, el sexto personaje ausente de la familia.
El gran valor de este montaje está sin duda en sus actrices. Nuria Espert es la más memorable, que a sus 87 años sigue derrochando talento y generosidad sobre las tablas. Una abuela sin pelos en la lengua, que al estar de vuelta de todo funciona como el alivio cómico de este drama familiar. Vicky Peña es la sufrida madre que perdió a su hija en el mar y Miranda Gas una nieta despechada con quien la abuela mantiene la relación más entrañable de la obra. Finalmente tenemos a Candela Serrat y Teresa Vallicrosa, cuyo potencial no está del todo aprovechado al contar con papeles mucho más secundarios.
La escenografía son unas enormes rocas sobre las que se proyectan rostros de personajes y efectos marinos. Esto logra una sensación de abismo y frialdad que mientras funciona para retratar el estado anímico de los personajes y la trágica desaparición de Elena, dificulta la sensación de intimidad entre los personajes.
Todas ellas son mujeres rotas – no faltan sillas de ruedas, enfermedades ni muletas sobre el escenario – desesperadas, llenas de secretos y solas. Se nota el peso literario del texto, con varios monólogos y diálogos con información que no siempre se desarrolla. Además, los personajes podrían estar mejor matizados, ya que, excepto la abuela, todas tienen un tono o color similar, cuando en realidad existen muchas formas de estar rotas.
