De todos los montajes que se están haciendo esta temporada desde que se ha conocido la delicada situación de nuestro querido dramaturgo Josep Maria Benet y Jornet es, probablemente, éste el que mejor funciona como homenaje. A pesar de que, seguramente, es su texto más extraño y atípico, las constantes referencias a los recuerdos, la infancia, los sueños y el teatro construyen un retablo fantástico de su universo más íntimo. La dirección de Oriol Broggi encuentra en esta obra tan personal y emotiva el encaje perfecto para sus habituales recursos escénicos, donde la música y la magia marcan el ritmo de la nostalgia. El abanico de personajes y pequeñas historias de la propuesta suscitan un interés desigual pero la poética de su surrealismo vintage consigue compensar estas carencias. Así, bonita pero algo irregular, sirve como alabanza de su autor pero también del mundo de la imaginación, tantas veces buena compañera en tiempos infelices y portadora de la esperanza y la ilusión perdidas. En definitiva, un juego de espejos entre realidad y ficción repleto de pequeños detalles, soluciones ingeniosas y algún pasaje más anodino que, sin embargo, transmite, en conjunto, un curioso optimismo melancólico.
¡Enlace copiado!