Hace veinte o treinta años, cuando pensabas en dramaturgos catalanes a todo el mundo le venía a la cabeza el nombre de Benet i Jornet. Era prácticamente el único autor conocido -no el único que escribía, naturalmente-, pero es que en aquella época se estrenaba poco teatro autóctono. Ahora, pasados los años, el panorama ha cambiado sustancialmente y para el estreno de una sala se escoge una pieza de este autor tan nuestro. Es cierto que el 2016 ha sido un año de homenajes encubiertos a esta figura relevante de nuestra dramaturgia, pero no deja de ser curioso que una de las obras escogidas fuera una pieza corta del año 1974. Una vez vista, me doy cuenta que es una opción del todo acertada, tanto para inaugurar la nueva Beckett como para hacer un tributo a Josep Maria Benet, puesto que la obra es un canto a la imaginación, a la libertad y al teatro en general.
La versión que ha hecho Oriol Broggi destaca más por el envoltorio estético que por la profundización en los temas claves de la pieza. Creo que, en parte, no se consigue por un reparto irregular y por un exceso de pirotecnia. Pero se tiene que reconocer que Broggi tiene gusto y sabe utilizar como nadie los recursos teatrales más sencillos. Dicho esto, hay que destacar escenas bellísimas, como la del final… que emociona por su simplicidad y su honradez.