Con una trayectoria de más de 30 años a las espaldas, no hace falta decir que La Cubana es, desde hace tiempo, todo un referente del entretenimiento, el humor de cabaret y la parodia de las diferentes disciplinas artísticas. Volviendo a conectar el espíritu del teatro amateur con los estereotipos del mundo profesional, la popular compañía ha escogido, en este caso, el (supuesto) reto de hacer un musical basado en un sainete de Santiago Rusiñol. Este objetivo, en realidad, es una excusa para enmarcar su nuevo conjunto de gags que, como no podía ser de otro modo, rompen la historia para abrir las entrañas de los enredos y dolores de cabeza que supone una producción de estas características. Divertido, ingenioso y fresco como el primer día, el estilo de esta emblemática marca capitaneada por Jordi Milán ha tenido el acierto de recuperar dos históricas del grupo como Mercè Comes y Mont Plans. Con ellas, se redondea el autohomenaje en el que acaba por convertirse la propuesta, con apariciones de muchos de los personajes de sus montajes más conocidos. Podemos decir que lo que nos ofrecen es lo de siempre, pero también que todavía funciona muy bien. Se notan, en este sentido, los años de experiencia perfeccionando cierto tipo de sketches visuales y dialécticos, y los juegos de participación con el público. Si bien, el espectáculo tiene potencial para gustar a un gran número de personas, serán los más fans de La Cubana los que, seguro, saldrán más satisfechos.
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